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Clasijazz Big Band «Epitaph» ¡Genial Mingus!


José Santiago Lardón 'Santi' - 29 octubre, 2015 - 0 comments

EPITAPH: El universo musical de Mingus

«Mi música es tan diversa como mis sentimientos, o como el mundo, y cualquiera de mis composiciones expresa solo parte del universo total de mi música». Charles Mingus, notas al álbum Blues & Roots (Atlantic, 1959).

El universo musical de Charles Mingus (1922-1979) es una vasta y compleja mixtura en la que bullen ecos de tradiciones musicales muy diversas con una integración tal que parece como si cualquier sonido del mundo formara partd natural del caudal jazzístico. En él habitan huellas profundas de la tradición musical afroamericana de la que se empapó en la infancia vía iglesia (gospel, blues, herencias de las antiguas canciones de trabajo de los esclavos), así como del total de sus experiencias, desde New Orleans, bebop, swing, música latina, mejicana, música clásica moderna (que estudió y practicó tocando el violoncelo de adolescente), hasta el jazz más de vanguardia, sin que nada resulte artificioso, algo consustancial al jazz, y algo que ya hiciera Ellington desde los años 30 al experimentar con todo tipo de influencias y armonías.

Mingus, admirador de Ellington, de quien dijo que era su ídolo y que cambió su vida desde que lo escuchó en la radio siendo muy joven, siguió su senda innovadora, tocó en su orquesta durante un breve y accidentado periodo y grabó con él y el batería Max Roach el espléndido álbum Money Jungle (1962). A partir de las innovaciones ellingtonianas agregó disonancias y cambios abruptos de tiempo mediante acelaraciones y desaceleraciones extremas guardando el justo equilibrio entre tradición y vanguardia, dejando espacio a los músicos para la improvisación colectiva, esencial en el free jazz, o como declaró: “Soy un compositor espontáneo”.

Comprender la música de Mingus es penetrar en su personalidad. Polémico e irascible, pero también afable cuando su humor se lo permitía, exigente con la música, radical contra el racismo, le valió enemistades, violentas confrontaciones, podía usar su corpulencia o la del contrabajo como arma intimidatoria, o interrumpir un concierto para abroncar al público. Una personalidad varia como confiesa al comienzo de su autobiografía Menos que un perro (Beneath the Underdog):

«En otras palabras, yo soy tres. Un hombre que permanece siempre en medio, observando, esperando a que le sea permitido expresar lo que ve a los otros dos. El segundo hombre es como un animal asustado que ataca por miedo a ser atacado. Luego está la persona extremadamente cariñosa y amable que admite a la gente en el templo más sagrado de su ser y soporta los insultos y es confiado y firma los contratos sin leerlos y lo enredan para que trabaje barato o por nada, y cuando se da cuenta de lo que le han hecho, siente ganas de matar y destruirlo todo, incluso a sí mismo, por ser tan estúpido… Y todos son verdaderos».

En sus obras combina el prejuicio racial, sus frustaciones ante a las imposiciones del negocio musical, sus sentimientos más atávicos, o sentidos homenajes
a los músicos que admiró con títulos en muchas ocasiones estrambóticos. Contra el racismo: “Fables of Faubus” (crítica al gobernador de Arkansas quien trató de mantener la segregación en los colegios) o “Oh Lord, Don’t Let Them Drop That Atomic Bomb On Me”. Como homenajes sentidos: “Gunslinging Bird” (tributo a Charlie Parker), “Goodbye Pork Pie Hat” (en referencia al sombrero de Lester Young), “Duke Ellington’s Sound of Love”, “My Jelly Roll Soul”, “O.P”, dedicada al contrabajista Oscar Petifford, o “So Long Eric” a Eric Dolphy. Sobre su personalidad, en algunos momentos afectada por problemas sicológicos, “All the Things You Could Be By Now If Sigmund Freud’s Wife Was Your Mother”, y sobre su conciencia racial lo escrito en su citada autobiografía:

«Soy mulato, apenas amarillo, no soy lo bastante blanco para dejar de pasar por negro ni lo bastante claro para que me llamen blanco… para mí, no tengo color… Charles Mingus es un músico mestizo que toca música, que toca todos los sonidos».

Como contrabajista poseía un tono potente, sonido límpio, profundo y prolongado por su peculiar modo de pulsar las cuerdas, como si las mimara o las amasara, por su sentido pulsante del ritmo capaz de elevar el instrumento sobre el resto de la banda. Su virtuosismo y precisión llevó al instrumento más allá de sus posibilidades. Pero además fue un gran pianista, elegante y preciso (Mingus Plays Piano, Impulse, 1963).

Vida y creación fueron parejas a lo largo de la vida de Charles Mingus, icono del jazz y creador de un patrimonio universalmente reconocido. Como líder y compositor tenía el oído puesto en el pulso, espíritu y espontaneidad del feroz poder expresivo del jazz. Quizás el texto que escribió para The Black Saint and the Sinner Lady (Impulse, 1963) aclare parte del poliédrico sentido de su obra:

«He compuesto música para bailar y para escuchar. Es música verdadera con muchos y variados significados. Es un epitafio viviente desde el nacimiento hasta el día que oí a Bird y Diz. Ahora soy yo de nuevo. Esta música es una onda de estilos y las ondas de las pequeñas ideas que han venido a mi mente al vivir en una sociedad que se autoproclama como sana, mientras no estés detrás de las barras de hierro, donde al menos uno no pueda estar la mitad de loco que la mayoría de la gente».

El escritor norteamericano James Baldwin lo describió como “un hombre negro en Estados Unidos, o lo que es lo mismo un hombre siempre encolerizado” Cólera que se percibe en su música, donde pasa sin fin de continuidad del arrebato más extremo a la ternura más arrobada.

Y Geoff Dyer en Pero hermoso, un libro de jazz, considera que “su música estaba dedicada a la abolición de las distinciones: entre composicion e improvisación, lo primitivo y lo sofisticado, lo duro y lo tierno, lo beligerante y lo lírico… quería que la música avanzara haciéndola volver a sus raíces. La música más orientada hacia el futuro sería la que profundizaba más en la tradición: su música”.

Epitaph: el testamento de una vida

«Lo he escrito para mi lápida». Charles Mingus

Epitaph es el legado y el testamento musical, y tambien vital, de uno de los músicos de jazz más importantes e influyentes de la pasada centuria, cuyo eco sigue y seguirá latiendo en el futuro. Es un clásico de la misma entidad que Ellington, Beetohven, Debussy, Bartok o Stravinsky. O como escribió Gunther Schuller: “uno los testamentos más importantes, proféticos y creativos de la historia del jazz”

La obra, cuya ejecución supera las dos horas, fue descubierta por el profesor Andrew Homzy en el apartamento de su viuda, diez años después de la muerte de Mingus. El musicólogo y director Gunther Schuller rehizo la partitura, se hicieron copias de las partes instrumentales y la obra se estrenó por una orquesta de 30 miembros bajo la dirección de Schuller y producción de Sue Mingus, en el Alice Tully Hall, el 3 de junio de 1989, editándose como álbum en vivo por Columbia/Sony en 1990. Después fue interpretada en varios conciertos en 2007, con alguna modificación.

Pero antes, el 12 de diciembre 1962, tuvo lugar un estreno parcial en el Town Hall de Nueva York, bajo la dirección del propio Mingus y una orquesta de 30 músicos, en su mayorìa afines a Mingus —cabe recordar que componía con el intérprete en mente— entre otros su querido Eric Dolphy, su inseparable Danny Richmond, Clark Terry, Pepper Adams o Charlie Mariano. Fue recogida en el álbum The Complete Town Hall Concert (1962). La obra constaba de 12 secciones, algunas incluidas en la posterior como “Osmotin”, “Freedom”, “Peggy’s Blue Skylight” o “Portrait”, pero el resultado fue anárquico, porque se trataba de una sesión de grabación abierta que los promotores vendieron como concierto, con el consiguiente caos de tomas falsas, constantes reinicios ante un público atónito y un Mingus vociferando al respetable que les habían estafado y que reclamasen la devolución de las entradas, a la par que seguía ideando música que dos copista trazaban sobre el pentagrama mientras se interpretaba.

La preparación y organización de Epitaph fue una auténtica hazaña dada su dificultad y complejidad, habitual en muchas de las composiciones de Mingus. Wynton Marsalis, que intervino en el concierto, dijo que era “algo que hallas en un libro de estudio como difícil” y Schuller que “la única comparación que he encontrado es con el compositor iconoclasta estadounidense Charles Ives”. Pero dificultades también por el estado de conservación del manuscrito, según Schuller, “escrito a mano, con infinitas correcciones, anotaciones, hasta el punto que en muchas partes era virtualmene ilegible. Pese a todo el concierto fue un rotundo éxito.

Epitaph es el culmen de los esfuerzos innovadores de Mingus, además de su inmenso testamento —“Lo escribí para mi lápida”— y abarca una fiel representación de la diversidad mingusiana. Es el resultado de un plan ambicioso y una colosal labor que le llevó décadas de intenso trabajo, al menos desde 1940 a 1962. Algunas de sus secciones (“Better Get It In Your Soul”, “Freedom”, “Peggy’s Blue Skylight”) fueron escritas entre finales de la década de los 50 y principios de la de los 60, y luego interpretadas por formaciones pequeñas. Otras fueron reescritas para Epitaph, otras para el concierto en el Town Hall de 1962 (“Monk, Bunk and Viceversa” u “Osmotin”) y luego interpretadas en varias ocasiones. Otros movimientos, como “Main Score” o “The Children’s Hour of Dream”, ahora bajo los títulos referenciales de “In Other Words, I Am Three” y “The Underdog Rising”, sí fueron concebidas directamente para una orquesta de 31 músicos.

Mingus apenas habló de Epitaph, salvo de forma vaga o confusa. En Menos que un perro afirma que escribió “Chill of Death” en 1939, un clásico con varias versiones, que desde su origen incluía elementos de improvisación e influencias de autores clásicos entonces considerados modernos: Stravinsky, Strauss, Bartók o Ravel, de igual modo que experimentó con formas libres avanzadas como la música atonal en trabajos tempranos como “This Subdues My Passion”, “Weird Nighmare”, “Chill of Death” o “Half Mast Inhibition”.

Obra épica por su extensión, complejidad y dificultad, por la variedad de formas musicales que incluye (desde las primitivas raíces, el blues, el free jazz o formas de la música clásica de vanguardia) todo ello batido por el matiz creativo de uno de los genios más singulares y personales que ha dado la historia del jazz.

La proeza de Clasijazz Big Band

El concierto Epitaph de Charles Mingus, una de la cumbres de la historia del jazz y de la música, es un hecho capital, amén del más esperado de todos los tiempos, tanto para Clasijazz como para la Clasijazz Big Band. Y el mayor desafío en su aún breve historia —el pasado mes de abril celebró su V Aniversario— en este caso reforzada con un distinguido elenco de músicos del panorama nacional, muchos de ellos partícipes y colaboradores en numerosas ocasiones, y en el que debe incluirse a jóvenes promesas locales.

Era necesario, exigencias de la obra, reunir una orquesta de semejante envergadura, en realidad dos big bands, o 32 músicos aunados en pro de tan formidable logro. Músicos de primer nivel que han aceptado solícitos la invitación, ocuparán su atril y darán voz a las singularidades mingusianas bajo la dirección del director y saxofonista valenciano Ramón Cardo, quien ya nos tiene acostumbrados a fecundas realizaciones bajo la fructífera guía de su batuta.

La Clasijazz Big Band no se amilana ante reto alguno. Ya los ha afrontado a lo largo de su carrera montando repertorios de gran significación y dificultad como el Concierto Sacro de Ellington, los dedicados a Bill Hollman, Woody Herman, a Barry Harris, a las grandes voces, a la música de cine, al flamenco con Perico Sambeat, el del X Aniversario de la asociación con Eric Alexander, o Chico y Rita, sentido homaneje a Bebo Valdés, en muchos ocasiones con solistas de talla universal.

Seguro que, como siempre, saldrá más que airosa del lance, llevan un largo año trabajando, derrochando esfuerzo e ilusión, ensayando, distribuyendo los roles de solistas. Las dificultades son arduas, pero la profesionalidad y alto nivel de los músicos concitados convertirán esta noche otoñal en un ocasión única.

No creo que haya mejor forma de iniciar la XXVI edición del Festival de Jazz Ciudad de Almería, y es muy de agradecer y loable la colaboración del Área de Cultura del Ayuntamiento de Almería y la Diputación de Almería en semejante empeño.

Plantilla

Saxos: Enrique Oliver, Pedro Cortejosa, Antonio González, Tete Leal, Ernesto Aurignac, José Álamo, Francisco Blanco ‘Latino’, Carlos Ligero.

Trompetas: David Martínez, Julián Sánchez, Voro García, David Pérez, Roc Albero, José Carlos Hernández.

Trombones: Toni Belenguer, Víctor Colomer, Francisco Soler, Vicent Pérez, Juan Antonio García “Portero”, José Diego Sarabia.

Tuba: Elohim Porras.

Fagot: Arnáu Coma.

Clarinete, clarinete bajo y contrabajo: José Mateo

Guitarra: Carlos Medina.

Contrabajos: Bori Albero, Jordi Vila.

Pianos: Marco Mezquida, Pablo Mazuecos.

Batería: Ramón Prats.

Vibráfono: Arturo Serra.

Percusión: Ángel Pérez, Álvaro Sánchez.

Dirección: Ramón Cardo.

Programa

  1. Main Score, Part. 1
  2. Percussion Discussion
  3. Main Score, Part. 2
  4. Started Melody
  5. Better Get It in Your Soul
  6. The Soul
  7. P. (Oscar Pettiford)
  8. Pinky / Please Don’t Come Back from the Moon
  9. Monk, Bunk & Vice Versa (Osmotin’)
  10. Untitled Ballad (In Other Words, I Am Three)
  11. Noon Night
  12. Main Score, Reprise

Clasijazz Big Band Epitaph. XXVI Festival de  Jazz Ciudad de Almería. Auditorio Maestro Padilla, 2 de noviembre de 2015. 20:00 H

©José A. Santiago Lardón ‘Santi’ (2 de noviembre de 2015, 2ª ed., 9 de junio, 2018)

 

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