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Sueños rotos: la niña que no quiso ser NinaSimone


José Santiago Lardón 'Santi' - 5 junio, 2015 - 0 comments

Nina Simone foto«Veía dos rostros en el espejo; uno reflejaba mi orgullo por tener la piel negra y por ser mujer, y el otro reflejaba la convicción de que el color de mi piel y mi sexo eran los responsables de que mi vida se fuese a la mierda desde el principio». (I Put a Spell on You: The Autobiography of Nina Simone)

Es fácil tener un sueño, difícil mantenerlo, una proeza alcanzarlo, un enigma desentrañar la materia con la que se amasa.

“Tengo un sueño”, gritó Martin Luther King en 1963, un hermoso sueño cargado de futuro, todos soñamos con un mañana pleno de promesas, un mañana inaplazable construido instante a instante desde un presente del que quisieramos huir.

Un inmenso sueño fue arraigando en el alma de la niña Eunice Kathleen Waymon colmado de ilusión, día a día, en su natal Tryon, Carolina del Norte. Pero era un sueño esquivo, equívoco, infinito, que mantuvo a lo largo de toda su vida. Un sueño sangrante que la llevó desde el gospel de la iglesia a la destrucción. Un sueño que no pudo ver realizado. En el camino se dejó la piel, la inocencia, la vida.

Soñaba ser la primera concertista negra americana y luchó por ello hasta la extenuación, pero el destino —las crueles circunstancias— se mostró remiso, una y otra vez, con inusitada crueldad. Ser negra y pobre no eran el equipaje adecuado para semejante viaje, aún menos la cruda rectitud del entorno religioso familiar metodista y sin embargo halló las ayudas necesarias en forma de un fondo económico para que pudiera formarse, y se aplicó y esforzó hasta la extenuación, seis, siete horas diarias con Bach o Beethoven como únicas compañías en lugar de los juegos propios de la infancia.

Con la ayuda del fondo y de su profesora Mazzy asistió a la Julliard School of Music, en el horizonte ingresar en el Curtis Institute de Filadelfia, fue rechazada ¿fue el color de su piel o falta de destreza? Las circunstancias no quedan claras, pero persiste la duda.

La penuria económica, el deseo de autonomía, ayudar a la familia, conseguir el dinero para pagarse un profesor —el prestigioso Vladimir Sokhaloff—  que la preparase para entrar en el Curtis, la empujaron a diversos trabajos (laboratorio fotográfico, pianista ayudante de una profesora de canto, profesora ella misma después, incluso sirvienta en una casa de blancos), y finalmente a oscuros clubes de Atlantic City o de Filadelfia. Tocar por cuatro centavos, a hurtadillas de la férrea vigilancia de su madre, temía que se enterase que tocaba “la música del diablo”. Hacer lo que mejor sabía para sufragar sus estudios, para continuar su sueño de futuro que seguía impoluto, ser concertista, y que mantuvo durante casi toda su vida como confiesa en sus memorias “si alguien me ofreciese una fuerte cantidad económica lo dejaría todo, no volvería a cantar, volvería a Julliard, a Bach”. Y tragarse el orgullo, cuando le dijeron “el público se queja, tienes que cantar, si no cantas te ponemos de patitas en la calle”. Y cantó.

Así nació Nina Simone, la otra mujer, la máscara tras la que ocultarse —Nina de niña, Simone por su admiración hacia Simone Signoret tras verla en el film Paris, bajos fondos—. Y en la materia con que iba amasando su sueño también estaba su admiración por Marian Anderson (1897-1933), excepcional contralto negra admirada por Toscanini y pionera de la lucha racial, pero además torvos pájaros negros: la distancia y falta de afecto de su madre, el desaire hacia una niña de 10 años que en su primer concierto público en la biblioteca de Tryon vio como unos blancos desalojaron a sus padres de la primera fila, las crudas noches iniciales en clubes de mala muerte, los truculentos contratos de las discográficas, y sobre todo la soledad, una soledad inmensa hasta romper la palabra, que la llevó a abrazar espeluznates relaciones, “durante todos estos años solo he tenido un poquito de amor, muy poco tiempo para el amor. Esto me obsesiona, especialmente por la noche, cuando estoy muy sola”, confesó en sus memorias, al final de su vida.

Y llegó el éxito, y pronto, a los 27 años, y luego las grandes e interminables giras alrededor del mundo, los deslumbrantes escenarios: Town Hall, Carnegie Hall, Olympia, los grandes festivales de jazz, la construcción del mito, y dinero a raudales que gastaba con suma ligereza, porque también fue caprichosa, y voluble: hoteles de lujo, limusinas, joyas… Y otras tantas, la bancarrota ¿Dónde está el dinero, Nina? Esto la enfurecía, acusaba a los estafadores de las discográficas, no le pagaban lo suficiente, se quedaban con la parte del león.

¿Y el sueño? Yacía sepultado, pero vivo y voraz como un quiste, reconcomiéndola, destrozándola y llegó la rabia, consciente de que por el momento su amado Bach, “Bach hizo que me dedicará a la música”, o Listz o Beethoven tendrían que esperar, quizás para siempre. Después de una larga sesión de grabación se refugió en su casa y estuvo tocando a Beethoven durante tres días seguidos. Y en el álbum Piano! queda la huella de la música clásica, “sabe tocarlo todo y lo mezcla todo y cita a menudo a Bach, Brahms, Mozart, Beethoven” (La vida a muerte de Nina Simone). Y atisbos se aprecían en sus interpretaciones de “Mood Indigo” o “Love Me or Leave Me”.

Y en tanto llegaba su aplazado sueño de convertirse en la  primera concertista negra, nos regaló centenares de obras, inclasificables, que no es jazz, aborrecía que a su música se le llamase así: “jazz es un término de los blancos para definir la música negra. Yo hago música clásica negra”, una mezcla personal de gospel, soul, clásica, cánticos, folk y melodías de moda, entonada con su voz de tesitura de contralto, proclive a los registros bajos, única, el piano cargado de resonancias imposibles.

Pronto llegó la admiración del mundo de la cultura, de los círculos más radicales de la izquierda y de la militancia del movimiento proderechos civiles de los negros: James Baldwin, Langston Hughes, Leroi Jones o la escritora Lorraine Hansberry (autora de Raisin in the Sun, premiado drama sobre los conflictos en una familia negra), y con ellos, y con su amistad, la conciencia de la realidad negra, el descubrimiento de África —“esa serenidad  espiritual que siente cualquier afroamericano al poner el pie en suelo africano”, el  africanismo de parte de su obra, su adhesión al movimiento proderechos civiles reflejado en canciones como “Mississippi Goddam” (1963), escrita con motivo del asesinato del activista Medgar Evers, cuyo cuerpo apareció en el río y donde canta: “no está obligado a vivir a mi lado/ sólo dadme la igualdad”, prohibida en algunos estados por considerar injuriosa la palabra goddman (maldito, condenado), o editada como “Mississippi XXX”,  inicio de su serie de canciones protesta. En “To Be Young, Gifted & Brown” (1969), clama por el derecho a la igualdad: “Ser joven, capaz y negro / Abre tu corazón a lo que digo / Todo el mundo lo sabe / Abre tu corazón a lo que quiero decir / Hay millones de chicos y chicas / Que son jóvenes, talentosos y negros / ¡Es una realidad!”. Y en “Revolution” (1969): “Oh, tenemos una revolucion …/ Cantan sobre una revolución / hablan de un cambio / que va mas allá de la evolución / Entérate, tienes que limpiar tu cerebro”.

Admiró a Martin Luther King, la vía pacífica rota tras su asesinato, aunque siempre mantuvo que la igualdad sólo se alcanzaría por métodos más contundentes, en la línea de Malcolm X, y cuando éste a su vez fue asesinado, así como el presidente Kennedy, y fue aplastado el fuego del movimiento proderechos civiles, entró en una profunda depresión, acentuada con al guerra del Vietnam, razón de su negativa a pagar impuestos y por la que fue acusada de fraude fiscal, lo que unido a su relación con la cantante exiliada Miriam Makeba la empujó a abandonar su país, a vivir en Liberia, luego en Suiza, Francia, Holanda, de nuevo París y al final hallar refugio en una pequeña población cercana a Aix en Provence, para morir en otra pequeña población cercana a Marsella, Carry-le-Rouet, a los 70 años, como predijo “Moriré a los setenta porque después sólo hay dolor”.

Todos estos hechos, y la soledad y el desamor, siempre presentes, fueron quebrando su ánimo, endureciendo su carácter, a medida que crecía el éxito y se multiplicaban los conciertos, “trabajo como un perro, voy de concierto en concierto” . Quienes la trataron trazan un perfil contradictorio, tierna, apasionada, furiosa, altanera, despectiva, voraz, depredadora sexual, y también enferma, diagnóstico: personalidad bipolar, ciclotimia, tratamientos médicos y varios ingresos psiquiátricos

Nina era muchas mujeres, al menos las cuatro que describió en la que podría ser su más certera biografía, ese feroz alegato feminista que es “Four Women” (1966), resuelta en cuatro eficaces estrofas sin estribillo: tía Sarah, la mujer resignada, la segunda, Sefronia, es la mestiza que vive en un limbo entre dos mundos, sin que ninguno la acoga, la tercera, Dulzura, es la que se deja la piel por los caprichos de los hombres siempre que le ofrezcan dinero y una vida mejor, y la última, Preciosidad, la mujer negra devorada por la ira: “voy a matar al primer imbécil que vea / Porque mi vida ha sido demasiado dura / Estoy muy amargada en estos días / porque mis padres eran los esclavos / ¿Como me llaman? / Mi nombre es Preaches (Preciosidad)”

Fue querida y admirada, pese a sus desaires, y su halo crucial. La escritora y premio Nobel Toni Morrison dijo: “fue fundamental para mí y para mi generación. Era indestructible, incorruptible. Incluso me daba miedo…” . Pero continúo adelante, quería seguir viviendo, persiguiendo un sueño cada vez más desdibujado en el horizonte, siguió actuando hasta el final, ya mordida por el cáncer, cantando recién operada, hasta su muerte el 21 de abril de 2003, consciente de que lo único que le quedaba era el público, al que en tantas ocasiones maltrataba llegando con enormes retrasos, increpándolo, abandonando el escenario con cualquier excusa. Y siempre con el rencor del rechazo del Curtis Institute, como solía repetir en algunos conciertos cuarenta años después, institución que, paradojas de la vida, le concedió un diploma honorífico tras su muerte.

Su legado es inmenso —basta escuchar con atención el buen rimero de álbumes que dejó—, y su influencia es referencia insoslayable para cantantes de jazz, de soul o de hip hop. Y la plétora de canciones que nos seguirán acariciando la vida, como la dichosa “My Baby Just Cares for My”, de la que dijo que era la canción más estúpida que grabó nunca, pero que tanta historia trajó, incluidos spot publicitario para Chanel nº 5, simpático video de las correrías nocturnas de dos gatitos enamorados, y unos beneficios millonarios de los que ella apenas vio la punta del iceberg.

Por eso importa recordarla ahora, o en cualquier momento, poco más de una década desde que nos dejó, porque la vida está llena de pequeños gestos que se convierten en emotivas proezas, como éste de Sara Martínez que ha sabido embaucar a sus compañeras Sara Marcos, Ana Molina, Ana Pedrosa, Ruth Becerro, Isa Cazanave y Esther Martos, quienes, estoy seguro, no han opuesto la menor resistencia, al contrario se han precipitado solícitas como auténticas “sacerdotisas del soul”, recordando a quien tituló su vida como I Put a Spell on You (Te he echado un hechizo)

BIBLIOGRAFÍA

Por si estuviesen interesados en su vida y obra, les recomiendo una serie de textos, en primer lugar, por ser la única traducida al español, David Brun-Lambert, La vida a muerte de Nina Simone (Barcelona, Global Rhythm Press), y sobre todo su biografía escrita junto a Stephan Cleary, I Put a Spell on You: The Autobiography of Nina Simone (New York, Da Capo Press, 1991, 1993, 2003), de la que existe versión francesa: Ne me quittez pas: memoires (París, Presses de la Renaissance, 1992). Otros textos muy recomendables, por desgracia sin traducir: Kerry Acker, Nina Simone (Chelsea House Publishers, 2004); Nadine Cohodas, Princess Noire: The Tumultuous Reign of Nina Simone (The University of North Carolina Press, 2012 / Pantheon, 2010); Richard Elliott, Nina Simone (Equinox Publishing Ltd, 2013); Sylvia Hampton y David Nathan, Nina Simone: Break down and Let it All Out, prólogo de Lisa Kelly (Sanctuary Publishing Ltd; 2004); Jennifer Warner, Keeper of the Flame: A Biography of Nina Simone (Createspace, 2014), así como un librito divulgativo colectivo titulado Nina Simone (Madrid, Comunicación, 1997), hoy inencontrable, y la novela, recomendada por la periodista Maruja Torres, de Darina al-Joundi, El día que Nina Simone dejó de cantar (Madrid, Alfaguara 2010)

  


 

Remembering Nina Simone. Women are strong: Sara Martínez, Sara Marcos, Ana Molina, Ana Pedrosa, Ruth Becerro, Isa Cazanave y Esther Martos. Piano: Pablo Mazuecos y otros músicos. Clasijazz, 5 de junio de 2015.

©José A. Santiago Lardón ‘Santi’ (5 de junio de 2015)

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