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Clasijazz Quintet: la certera sombra de un sueño


José Santiago Lardón 'Santi' - 5 febrero, 2018 - 0 comments

Clasijazz Quintet play Freddie Redd Music. Ciclo “Un artista o un disco”. José Carlos Hernández (trompeta) Antonio González (saxo alto) Pablo Mazuecos (piano) Guillermo Morente (contrabajo) Miguel Canale (batería). Presentación: José A. Santiago Lardón. Clasijazz, sábado, 3 de febrero de 2018.

«Mi motivación para dedicarme a la música nunca fue económica […] Necesito sentir la música, me hace feliz. Y si no es así me derrumbo. Nunca sé que clase de música tocaré. Solo sé que me conmueve y que me ha mantenido durante toda mi vida. Amo esta música». Feddie Redd.

Una explicación

El concierto de Clasijazz Quintet de la noche del sábado 3 de febrero interpretando la música del pianista y compositor Freddie Redd fue, sin el menor ánimo de exageración, de excepcional trascendencia. Por varias razones.

Primero por cuanto significa el nacimiento, y consolidación, de un quinteto en el seno de Clasijazz y la puesta en marcha del ciclo Un artista o un disco cargado de futuro y con la finalidad de ahondar en la obra de destacados músicos de la historia del jazz —Dexter Gordon, Kenny Dorham, Freddie Redd, Hank Mobley, Max Roach, Cannoball Adderley y como colofón un repertorio de la más actual generación post bop, de músicos que pasaron por nuestra sede: Eric Alexander, Jim Rotondi, Grant Stwart o Kirk McDonald. Un ciclo cargado de futuro y también educativo que con toda seguridad se prolongará durante la próxima temporada, un vez pasados la pausa estival.

No se trata de la mera reprodución de un repertorio a la manera fría y yerta del revisionismo historicista, sino más bien de una relectura, que siempre es aprendizaje, y profundización en la música y, sobre todo, en sentirla, en emocionarse con ella, en vibrar con la rotunda conmoción cuando nos penetra, retomando las palabras de Freddie.

La música —sea un clásico de jazz soplado por los metales de Parker o Gillespie, el roto quejío de Camarón o una sonata de Schubert interpretada por Rostropóvich y Benjamin Britten— es tanto para el intérprete como para quien escucha el más sublime acto intelectual a que puede aspirar el ser humano, porque nació antes que cualquier o tra manifesción humana, antes incluso que el habla. Nació con el grito y, el grito, de la ineludible necesidad de expresión y comunicación, directamente del alma.

Alborozarse por el nacimiento de un combo de la casa pudiera parecer cosa de ingenuos o un asunto baladí pero, sin embargo, su alcance va mucho más allá porque nace con el deseo de comunicación, algo consustancial, de experimentación de nuevas posibilidades expresivas, de recursos, de aprendizaje y, claro, de diversión. Y precisamente un quinteto —que pudiera ser sexteto, septeto, un pequeño combo— formato o modo de expresión musical que desde su eclosión con el revolucionario be bop de Charlie Parker y Dizzy Gillespie, ha sido motor del constante desarrollo del jazz hasta la actualidad: los solistas dialogan y la sección rítmica marca el tiempo. Algo semejante a un grupo de amigos que se citan para sentirse juntos, platicar, compartir experiencias y echar unos tragos. Algo no ajeno a lo acontecido con la novela moderna desde el inaugural Quijote hasta hoy: dos personajes —solistas—, emprenden un viaje, —repertorio—, y durante el recorrido conversan, —solos—, a medida que atraviesan vastos páramos, frondosos bosques, las calles de alguna alquería o pernoctan en alguna venta sea bajo un tórrido sol, copiosa lluvia o cruda nevada —ritmo, atmósfera, tempo, sección rítmica—. Así ha sido desde entonces, siempre hay diálogos y contexto, una historia de la que “no importa tanto qué se cuenta, sino cómo se cuenta”, atinada definición del jazz del pianista Fats Waller.

Un concierto

¡Qué canciones más hermosas!, ¡Que bien han tocado!, ¡Son grandes!, comentarios unánimes tras el cerrado aplauso que obligó, lo hicieron encantados, a José Carlos, Antonio, Pablo, Guillemo y Miguel, a salir de nuevo al ruedo para un bis. Supo a poco.

Desde luego que sonaron como nunca, ya sonaron muy bien en las dos sesiones anteriores del ciclo Un artista o un disco —Dexter Gordon, Kenny Dorham—, pero en esta tercera sesión aprecié un algo más, acaso el aprendizaje y la experiencia de afrontar variados repertorios con múltiples y complejas dificultades —no todo está, ni tiene por qué, en la partitura—, tal vez las peculiaridades de la música o, simplemente, que estos excelentes jazzmen se han cogido el punto.

Y como en una novela, o como los más avezados combos de la historia del jazz, abordaron el recorrido por una nutrida y rica sucesión de paisajes sonoros, autoría de Freddie Redd y arreglos del trompetista Don Sickler, empezando con el apropiado “1:00 A.M. Standard Time” a modo de saludo y despedida a la presentación que tuve el honor de llevar a cabo y luego fue todo puro delirio de hard bop con guiños a lo brasileiro en “So Samba!” o a lo latino, “Fuego de Corazon”, remembranza de la estancia de Freddie en Estocolmo en el nostálgico “Farewell to Sweden”, desbordamiento o “And Time Marches On”, a unas horas que parecían “Blue Hour”, en el transcurso una noche inolvidable como la de “Night at Nalen”, pero también “Jolly Minor”, «There I Found You” o “Stairway to the Steinway”, claro que sí, Pablo, tendremos un Steinway gran cola.

Y un colofón

Escribir del espíritu de la música o de como suena es recurrir a un prólijo rimero de adjetivos para plasmar algo abstracto, etéreo y fugaz, pura sinestesia. La música se explica por sí misma, dijo Miles Davis, basta sentir su honda conmoción.

José Santiago Lardón ‘Santi’, Almeria, 5 de febrero de 2018

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