Clasijazz Big Band Profesional. Paula Bilá (voz). Bruno Calvo (dirección, trompeta). Trompetas: Pep Garau, José Carlos Hernández, David Galera. Trombones: Tomeu Garcías, Miguel Moisés, José Diego Sarabia, Corina Martínez. Saxos: Víctor Jiménez, Juande Marín, Enrique Oliver, Dani Torres, Andrea Iurianello. Piano: Daahoud Salim. Guitarra: Peter Connolly. Contrabajo: Bori Albero. Batería: Andreu Pitarch
Auditorio de la Rambla, sábado, 6 de marzo de 2021. 12:00 H.
Lady Ella, la divina
«Canto como me siento». Ella Fitzgerald.
«Me revuelco en humos y jazz / en esta noche de fiesta. / Notas de saxo acariciando / mi cintura y estrellas. / Viajo con Ella Fitzgerald / bajo un cielo ambarino». “Noche de teatro”, Micaela Serrano Quesada. En: Xarnegos-Charnegos! (Sial, 2010).
“Y si tú me dices ven…
… lo dejo todo”, canta el bolero que es canción pero sobre todo vida y relato, el de un de un tiempo cuando dejarlo todo era dejar nada, o casi. Al igual que en las vidas de tantas jazz singers de antaño, significaba dar portazo a tristeza, pobreza, discriminación racial, una vida de perro en la calle, incomprensión, burla, orfandad, reformatorio pero también un soñar inconsciente pero vivaz con el improbable mañana, el futuro, el a dónde ir… abrazado a esa sutil pero imperecedera esperanza que es la expresión artística, el arte, el baile o la música que a tantos y tantas salvo y dio sentido a sus existencias…
Es, ahora, la procelosa y solitaria aventura de una adolescente y huérfana Ella Jane Fitzgerald (1917-1996), deambulado por las acechantes calles del Harlem neoyorquino, haciendo pellas en la escuela, buscándose la vida en turbios tejemanejes —como corre ve y dile de jugadores y corredores de apuestas, por ejemplo— pero sin perder jamás su alegría, ese gesto innato que nadie pudo arrancarle.
«No es de dónde vienes, es a dónde vas lo que cuenta»
Al principio Ella bailaba, lo venía haciendo desde que guardaba memoria, saltaba de esquina a esquina al cruzar las inquietantes calles de Harlem, ensayaba ritmos que nacían de su alma de blues, al compás del swing que escupían las juke boxs de los locales aún abiertos a esas horas, a todas horas…, mientras jugaba la rugby en plena calle —lo que le valió el apelativo de marimacho—, brincaba camino de la escuela, poco, o tomaba el tren con a sus amigos para solazarse con los espectáculos del Teatro Apollo.
«Nadie sabía que podía cantar, nunca nadie la había oído, a Ella solo le gustaba bailar», recuerda su amiga Norma Miller en uno de los documentales en torno a su vida. Pero seguro que cantaba para sí, entre dientes, a escondidas, para darse ánimos, para sentirse feliz, para acompasar el hilo de sus pasos, sobre todo “Judy”, una canción de Hoagy Carmichael que conocía bien porque su versión de Connee Boswell era de las favoritas de su madre Tempie.
«En el fondo nunca me he conformado solo con soñar. Así que ¿sabes lo que hice con solo 17 años? Reuní todo mi valor, me tragué mi vergüenza, me planté en el mismísimo Harlem Apollo Theatre de Nueva York y los dejé a todos con la boca abierta cuando les canté “Judy” pero al estilo de Connee Boswell. Y allí fue donde me escuchó el mismísimo Benny Carter, quien movió cielo y tierra para que cantase en la orquesta de Chick Webb».
Sin embargo, su intención inicial era bailar y como bailarina se presentó a una de las noches para aficionados del Apollo —al concurso semanal Amateur Night Show— con la esperanza de sorprender a la audiencia, pero las cosas se torcieron porque justo antes de su actuación dos hermanas pusieron al público en pie con un número de baile. Casi la tuvieron que empujar para que subiera a las tablas y nada más asomar hubo de soportar el aluvión de gritos y abucheos de la concurrencia: ¡Qué pretende esa desvergonzada! ¡Quien se ha creído que es! ¡Menudo marimacho!
«Salí al escenario y al ver a toda esa gente tuve un ataque de nervios. Entonces me dije, de ninguna manera me voy a poner a bailar… e intenté cantar».
Y cantó su querida “Judy” y el público enardecido pidió otra y entonó “The Object of my Affection” que era la cara B del disco de su madre. Fue el principio de la leyenda, «esas mentiras que al final se convierten en historia», como dijo el escritor francés Jean Cocteau.
Fue aquella noche cuando el saxofonista Benny Carter impresionado por su voz intentó recomendarla como vocalista, primero a Benny Goodman, luego a Fletcher Henderson, pero al final fue Chick Webb quien la contrató para cantar en su banda por 12,5 dólares a la semana.
«Al principio, Chick tenía a un hombre como cantante y no quería a una mujer. Pero me dijo: mañana tocamos en Yale, coge un autobús hasta ahí y si les gustas, te quedas en la banda».
Pero a quien tenía que convencer era a Moe Gale, el manager del grupo, a quien le advirtió:
«No la mires. Sólo escucha su voz»
Chick Webb se convirtió en su mentor y director musical y quien le enseñó los rudimentos básicos del oficio. A su temprana muerte, Ella decidió quedarse al frente de la big band que pasó a llamarse Ella Fitzgerald and her Famous Orchestra.
Fue el punto de partida de una de las carreras más singulares, emotivas, variadas y poderosas de la historia del jazz. Ganó diversos concursos, grabó centenares de discos, recibió prestigiosos premios —13 grammys—, y las más altas condecoraciones que su país concede —la Medalla Nacional de las Artes y la Presidencial de la Libertad—, trabajó con todos los grandes del jazz desde su ídolo Louis Amstrong a Duke Ellington, Count Basie, Oscar Peterson, su compañero infatigable de combo el pianista Tommy Flanagan e incluso el mismísimo padre del bop Dizzy Gillespie, y así una casi infinita legión de primeras figuras difícil de enumerar.
Pero además, y acaso más importante, transitó por la historia del jazz como quien anda por su casa, desde el trepidante swing junto a las más señeras big bands —Basie, Ellington, Webb…—, al be bop a través de su tremendo scat, desde las baladas más íntimas a trío con su habitual pianista Tommy Flanagan o a dúo con el guitarrista Joe Pass, a las sofisticadas complejidades del Cancionero estadounidense de autores como Cole Porter, George e Ira Gershwin, Rodgers & Hart, Ellington, Harold Arlen, Jerome Kern o Johnny Mercer y que recogió en sus celebrados Songbooks para el sello Verve.
“Robé todo lo que escuché…
… pero sobre todo robé de los metales”, son palabras sinceras de una Ella tímida y poco proclive a confesiones y entrevistas. Robar —en el sentido metafórico, por supuesto—, es sano. La literatura, la poesía, la pintura y, por ende, toda clase de música está cargada de apropiaciones. Es su esencia, robar a la tradición para caminar al futuro.
Como una esponja —desde su adolescencia en las calles de Harlem, y luego ya asentada en la escena—, fue absorbiendo todo cuando oía para elaborarlo a la medida de sus facultades, que eran muchas y de valía. Una voz de portentosa ductilidad y versatilidad que le permitió adaptarse a los cambios estéticos del jazz con pasmosa naturalidad y una facilidad fuera de lo común, pero también con esa personalidad ávida y efervescente propia de quienes crecieron y se criaron en la calle y por ello se muestran inquietos e inventivos, en la mente un torbellino de ideas a las que dar rienda suelta:
«¡Oh! Tengo montones y montones de ideas, pero bueno…, sueñas cosas así y eso es lo que son, sueños»
Meras ideas que al cabo se volatilizan, como los sueños al despertar, pero que Ella mimó y amasó con voluntad implacable:
«Muchos cantantes piensan que todo lo que tienen que hacer es ejercitar sus amígdalas para salir adelante. Se niegan a buscar nuevas ideas y nuevas salidas, por lo que se quedan en el camino… Voy a intentar descubrir las nuevas ideas antes que los demás».
Canto como me siento
Cantar lo que se siente parece una evidencia por más que no suele ser lo habitual. Supone hacerlo en un preciso instante, atento al propio estado de ánimo pero también y sobre todo a un sinfín de factores afines al propio discurso musical como ajenos —siempre atenta a lo que sucede entre el público, en la sala o incluso en la calle.
Supone anticiparse a un giro del pianista, o a un adorno de un trompetista o quizás o a un intencionado desliz del baterista para al instante responder con un grito, una burla o un endiablado juego de palabras. Es en parte la esencia de la improvisación, el espíritu del jazz
En eso Ella era maestra indiscutible —como lo era Louis Armstrong, su ídolo—, y en un momento dado podía modular la voz como si se fuese un instrumento, aguda y firme como una trompeta, sinuosa como el saxo, con la ronca contundencia de un contrabajo o vibrátil como la guitarra. Ya lo dijo el baterista Ed Thigpen:
«La maestría musical de Ella es simplemente increíble. Tocar con ella es como tocar con una orquesta completa»
Abundan las anécdotas, hechos reales, que revelan algunas de las casi infinitas facetas de su personalidad musical. En un momento dado podía mudar el registro de la voz para imitar la de algún cantante —caso de Armstrong y en reiteradas ocasiones, o de una trompeta —la de Roy Eldridge— o imitar el canto de un grillo inoportuno y con ello componer una canción. Y célebre fue su actuación en un club de Berlín en el invierno de 1960 porque cuando le tocó el turno al tema «Mack the Knife», olvidó los versos de la canción y la improvisación que ejecuto con maestría le valdría dos Grammys y el disco en directo de aquella noche disco entró en el Salón de la Fama de la Musica. Y siempre con una dicción precisa y sutil, con una manera informal pero diáfana de cantar las palabras.
E igual de numerosas son las opiniones de músicos y compositores que valoraron su genialidad, valgan algunas:
«Haga lo que haga con mis canciones, siempre las hace sonar mejor». Richard Rogers, compositor.
«Ella es la jefa. Eso es todo». Billy Strayhorn, compositor.
«La voz de Ella se convierte en el sonido más rico y versátil de la orquesta». Arthur Fiedler, director de orquesta.
«No hay una voz como la de esa dama. Lo tiene todo. Es completa». Louie Bellson, batería.
«La música sale de ella. Cuando camina por la calle, deja notas». Jimmy Rowles, pianista.
«Si quieres aprender a cantar, escucha a Ella Fitzgerald». Vicente Minnelli, director de cine.
Una vida de jazz
La más certera biografía de un músico late en su música, en la que dejó registrada y en la que yace en la memoria de quienes la escucharon en algún momento.
Ella nos dejó centenares de excelentes álbumes —ya se ha dicho— pero era en los directos, en el cara a cara con el público, cuando mostraba toda la multiplicidad de su personalidad estableciendo una encomiable empatía. El público daba sentido a su vida, aun a pesar de carácter reservado:
«Sé que no soy una chica glamorosa, y no es fácil para mí salir ante una multitud de personas. Solía molestarme mucho, pero ahora sé que Dios me dio este talento y que debo usarlo, así que me quedo allí y canto… El afecto de la gente hace que mi corazón vibre cada vez como si fuese la primera»
Una discografía es otra manera de leer la vida de un artista, más aún la de Ella, mujer tímida y cautelosa y consciente de que a veces las palabras no bastan o no hallan lo que se tiene o quiere decir:
«Perdóname si no encuentro las palabras, tal vez pueda cantarlo y así me entenderás»
Por eso dejó que su música hablará por ella, a través de un proverbial multilenguaje rico en matices, vario en su estilo y siempre fresco y enervante.
Entre sus primeros discos de los años treinta, cuando era una adolescente del Harlem que se pasaba la vida en la calle y tuvo la osadía de presentarse a un concurso para aficionados y las grabaciones del final de su carrera, en las que la gravedad que otorga la edad y la sabiduría de la experiencia no consiguieron de nublar el brillo cristalino de voz ni su proverbial inventiva y sensibilidad, su vida vibra entre los surcos de un inmenso álbum compuesto de infinidad de canciones, a modo de enciclopedia sonora de la mejor música popular del siglo XX.
Su vida es un viaje aventurero por mil y un paisajes sonoros que, al igual que el del auténtico viajero, está preñado de sorpresas, hallazgos y emociones. Un poderoso caudal que ha dejado una riqueza incalculable y un cúmulo de influencias sin límite: ninguna cantante de jazz, sea mujer u hombre, puede ejercer su arte sin tomar prestado —o robar— de Ella Fitzgerald.
Incluso en su última grabación de estudio, registrada en marzo de 1989 y publicada con el revelador título de All That Jazz (Pablo, 1990), ya mermada de su prodigiosa técnica, nos ofrece un mensaje en el que continúa latiendo su inigualable expresividad y la profundidad de su alma a modo de testamento o declaración final.
Para entonces, 1989, Louis, Duke y Basie, tres puntales de su universo ya no estaban, pero sí algunos de su viejos amigos, Harry ‘Sweets’ Edison, Clark Terry, Al Gray, Benny Carter, Ray Brown, Bobby Durham, Kenny. Barron y Mike Wofford. Juntos y en equipo —y qué equipo— realizaron esta conmovedora grabación que al modo fitzgearldiano incluía el tema “Little Jazz” en homenaje al gran ausente de la sesión, su amigo Roy Eldridge, fallecido apenas un mes antes.
Y a modo de confesión final, el fiel retrato de quien fue Ella:
«Llevo cantando durante más de 40 años y mientras pueda, seguiré haciéndolo. ¿Sabes por qué? Porque cada vez que canto “Summertime”, “Dream a Little Dream of Me” o “Cry Me a River” no le estoy cantando al público. Le estoy cantando a aquella niña negra y pobre que solo tenía una radio como compañía en el orfanato. A Ella Fitzgerald. A mí. Así que, si me disculpas, me voy a terminar esta copa y a subir ya al escenario. Hacer esperar al público es de mala educación».
Y si quieren de otra manera…
Pero si lo que desean es una historia al modo clásico, lo tienen al alcance de la mano, a un clic de ratón o pulsación de smartphone, desde la mullida comodidad del sofá de casa, tumbado e la arena bajo el sol o bajo el cálido embozo de la cama…
Les recomendaría el especial y monumental monográfico que la veterana revista francesa Hot Jazz publicó en el número 682 (invierno 2017-2018)
https://www.jazzhot.net/PBCPPlayer.asp?ID=1901715
Y muy recomendable es el documental Ella Fitzgerald: Just One of Those (Reino Unido, EUA, 2019) realizado por el prestigioso documentalista británic0 Leslie Woodhead —existe versión con subtítulos en español— y que apartándose del biopic convencional, narra el ambiente de aquella época y el contexto de la carrera de Ella, mediante el uso de imágenes y música y con entrevistras realizadas a algunos de sus amigos cercanos y admiradores famosos, entre otros, Smokey Robinson, Jamie Cullum, Tony Bennett, Norma Miller o Patty Austin que rememora como Marilyn Monroe ayudó a Ella a actuar en lugares regentados por blancos en la década de los años cincuenta con la promesa de sentarse en primera fila lo que, evidentemente, era una proposición irrecusable.
Una mirada completa sobre su vida y carrera, desde su adolescencia sin hogar hasta su muerte por un derrame cerebral en 1996 a los 76 años.
Pero si es la lectura lo que les place
Hay muchas maneras de trazar una biografía, tantos como modos de cantar un tango o, sobre todo, maneras de cantar la misma canción… Y si sienten interés, valgan valgan algunas referencias. En castellano no existe versión de ninguna del material escrito pero es muy recomendable la obra genérica Ellos y ellas: las grandes voces del jazz (Valencia, La Máscara, 1994) escrita al alimón por Jorge García y Federico García Herraiz, dos de lo más destacados especialistas en la materia. Otra obra de interés, desde una perspectiva didáctica y dirigida a los niños, o a quienes aún sientan su abismal curiosidad, es Ella Fitzgerald escrita por Mª Isabel Sánchez Vergara y bellamente ilustrada por Bárbara Alca que la editorial barcelonesa Alba publicó en 2017 en su colección Pequeña & Grande, en la que a través de cuentos descubrimos quienes fueron y que lograron las grandes mujeres de la contemporaneidad, incluida Ella, por supuesto. Esto, por ahora, en nuestra lengua, amén de las entradas pertinentes en diversos manuales, diccionario e historias del jazz.
En inglés —hasta la fecha y tras consulta del exhaustivo catálogo de la LC (Libray of Congress), pueden elegir entre diverso y variado material, siempre como es habitual en la ensayística anglosajona con profusión de índices, referencias y bibliografía.
Destaca la clásica biografía de Stuart Nicholson, Ella Fitzgerald: a biography of the first lady of jazz (New York, Scribners’ Sons, Maxwell MacMillan International, 1994) en la que el autor traza un detallado perfil de la muy reservada y tímida cantante —envuelta durante mucho tiempo en una mezcla de medias verdades y leyendas—, partiendo de una minuciosa investigación, entrevistas con quienes fueron sus amigos, músicos y compañeros de trabajo, con el productor y manager Normant Granz, una detallada discografía autorizada y un cúmulo de fotografías, algunas desconocidas hasta entonces. La obra vio una reedición posterior titulada Ella Fitzgerald: the Complete Biography, publicada por la editorial Routlege en 2004 y también disponible en la editorial Da Capo Press. Lo que sorprende es que no exista versión en castellano.
Sobre aspectos más específicos, en especial el estudio de su extensa discografía son recomendables dos obras. La primera —Ron Frits y Ken Vail, Ella Fitzgerald: the Chick Webb Years and Beyonds; (Lanham, Scarecrow Press, 2003)—, analiza los años iniciales de la cantante con la orquesta liderada por el baterista Chick Webb, en una exhaustiva relación de sus primeros conciertos, grabaciones y actuaciones. La segunda, más amplia pues abarca toda su producción discográfica es la monumental —supera las 400 páginas— First lady of song: Ella Fitzgerald for the Record (NJ, Carol Pub. Group, 1994) escrita por Geoffrey Mark Fidelman.
Muy recomendables son además otros estudios, como la más breve bio de Bud Kliment, Ella Fitzgerald (New York, Chelsea House Publishers, 1988), así como las de Leslie Course, The Ella Fitzgerald Companion, Seven Decades of Commentary (Nes York, Schirmer Books/Simon & Schuster Macmillan, 1998); Katherine E. Krohn, Ella Fitzgerald: First Lady of Song. Série A Lerner Biography (Minnesota, Lerner Publications, 2001) o la publicada en el Reino Unido por Tanya Lee Stone, Ella Fitzgerald, Série Up Close (Londres, Viking/Penguin Books, 2008).
En lengua francesa disfrutan de dos excelentes estudios: Alain Lacombe, Ella Fitzgerald (Montpellier, Editions du Limon, 1988) y Jim Haskins, Ella Fitzgerald. Una vie ‘a travers le jazz (París, Filipacchie, 1992), 243 p.
Y en alemán puede consultarse la de Rainer Nolde, Ella Fitzgerald: ihr Leben, ihre Musik, iher Schallplattenk, (Gauting-Buchendorf, Oreos, 1986) que cuenta entre el aparato documental con un envidiable índice alfabético de canciones.
Paula Bilá
«Mi música suena a lo que soy». Paula Bilá
Paula Bilá (Chiclana de la Frontera, Cádiz, 1993). Cantante, compositora y guitarrista. Desde muy temprana edad supo que lo música formaría parte de su futuro:
«Desde muy joven lo supe, la música vendría conmigo a todas partes y siempre formaría parte de mis decisiones».
Creció en un entorno musical con el flamenco adobado con el salitre de la brisa atlántica, pero sobre todo escuchando las nanas en forma de blues que seguramente le cantaba su abuela Bila —nombre artístico que adoptó como sentido homenaje, en realidad se apellida Gómez—. A los cuatro años la rigidez del conservatorio chocó con la libertad de las melodías que tarareaba en su alma musical. A los doce escribió su primera canción y luego vinieron otras, muchas otras, cargadas de sensibilidad, sentido y emoción, con la que daba rienda suelta a sus incontenibles sentimientos pero, sobre todo, al deseo de romper fronteras
A los dieciocho años decidió poner tierra por medio y emprendió un venturoso viaje que la llevó a Clonakilty, pequeña localidad sureña de Irlanda, de verdes prados y un sinfín de bares mágicos y rincones entrañables donde cantar junto a otros músicos y músicas de edades y estilos de lo más diverso… «Lloviese o no lloviese, podías encontrar con un anciano, una joven flautista o un guitarrista tocando… y gente escuchando», confiesa en uno de los videos que pululan por los entresijos de la red.
En este entorno idílico y musical permaneció a lo largo de cinco años, cantando cada día sola o en compañía de otros músicos y allí, con 19 años, grabó y editó su primer álbum, su primer sueño, Love and Hate (2013), para el que contó con la colaboración de Bill Shanley, guitarrista y productor del álbum y con la de otros músicos como el batería Liam Bradley (Van Morrison), , el bajista Rob Malone (David Gray), el batería Binzer Brennan (The Frames, Glen Handsard), el propio Bill Shanley y el guitarrista australiano Stephen Housden (The Little River Band), que después se convertiría en guitarrista de mi banda durante los cinco años que estuve allí. El disco, que tuvo una gran acogida tanto de la prensa como del público, la llevó de gira por diferentes festivales de Irlanda, Inglaterra y España y en el prestigioso festival internacional Canadian Music Week de Toronto (Canadá) en 2014 o en emblemáticos escenarios como DeBarras Folk Club, The Corner House, Shanleys, entre otros.
Después se instaló en Madrid donde buscó inspiración para sus melodías cantando en las bulliciosas calles de la ciudad, en infinidad de entrañables garitos y salas de conciertos y en la soledad del estudio de grabación y al fin, en 2017, grabó su segundo álbum, Choices, ilustrativo trabajo —al igual que su título— en el que entre canción y canción repasa de viva voz las elecciones que le han llevado a encontrar su voz, su sonido y su identidad, lo que no es poco cuando hablamos de músicos. Un proyecto en el que expresa las influencias musicales del folk, blues o la música negra.
Previo a la edición del álbum publicó el tema “Refugees”, en apoyo a la problemática con los refugiados a nivel global, y poco después un Ep con 3 canciones a modo de adelanto del álbum, presentado oficialmente en diciembre en la célebre Sala Galileo de Madrid.
En la actualidad, ahora en su ciudad natal, trabaja en nuevos mensajes, compone nuevas melodías, prepara un nuevo álbum con el productor David León y colabora con otros músicos de la escena gaditana como el contrabajista Joan Masana o el pianista Javier Galiana, pero sobre todo viaja y acude a cuanto evento surja en el horizonte, no hay pereza cuando la recompensa es magra, y así es fácil encontrarla con su guitarra interpretando sus canciones tal como fueron paridas, de una manera íntima y cercana pero plena de soul y pasión.
Por eso no resulta extraño verla junto al cantautor vallisoletano Nacho Prada a la hora del vermú y en tierras lejanas o cantando su estremecedora “Who’s Gonna Love You?” en el Hospital Universitario de Fuenlabrada, a pacientes y familiares, o en el Hospital 12 de Octubre de Madrid como Músico Interno Residente de Música en Vena (MIR) durante 4 meses: «Es lo más humano y gratificante que he hecho en mi vida», confesó entonces.
Era de esperar — inconcebible hubiese sido lo contrario— que sus pasos la trajesen a Clasijazz y así aconteció, —aunque tarde, ¿acaso desconocía el lugar o tanto se hace de rogar?—, y recuerdo cuando hará apenas un par de meses, en noviembre, subió al escenario invitada por el trompetista Bruno Calvo para que su uniera en concierto al dúo con el pianista Daahoud Salim y ese mismo mes se presentó a dúo junto al contrabajista Joan Masana en un proyecto musical nacido de la casualidad de un encuentro en las playas gaditanas y en el que las composiciones de la cantautora se enriquecían con el envolvente sonoridad del contrabajo creando un arcoíris de matices musicales propios del jazz, el pop o el soul. Y ayer mismo, 22 de noviembre, subió de nuevo al escenario para compartir su voz con las múltiples de la Clasijazz Big Band Profesional en el poderoso tributo a Roy Hargrove que dirigió con maestría el polifacético Bruno Calvo.
Puede que Paula Bilá no tenga un estilo definido porque los abraza todos, a modo de esponja de descomunal apetito absorbe su inspiración en las múltiples influencias por las que ha transitado en su aún breve pero profunda experiencia, desde el blues, el pop irlandés, el folk, el rock al jazz:
«Mi música suena a lo que soy».
© José Santiago Lardón ‘Santi’ (Marzo, 2021)